LECCIÓN 4 – NADIE QUE CAMBIAR SINO UNO MISMO – NEVILLE GODDARD 1948
¿Puedo tomar un minuto para aclarar lo que se dijo anoche? Una señora sentía por lo que dije anoche que yo soy anti una nación. Espero que yo no sea anti ninguna nación, raza o creencia. Si acaso he usado una nación fue sólo para ilustrar un punto.
Lo que intenté deciros fue esto – nos convertimos en lo que contemplamos. Pues esta es la naturaleza del amor, como es la naturaleza del odio, cambiarnos a semejanza de lo que contemplamos. Anoche simplemente leí unos nuevos puntos para mostraros que cuando creemos que podemos destruir nuestra imagen rompiendo el espejo, sólo nos estamos engañando a nosotros mismos.
Cuando, a través de la guerra o la revolución, destruímos los títulos que para nosotros representan la arrogancia y la codicia, nos convertimos con el tiempo en la encarnación de lo que pensábamos que habíamos destruído. Así hoy la gente que pensaba que destruían a los tiranos son ellos mismos lo que pensaban que habían destruido.
Eso no puede ser mal interpretado, permitidme volver a sentar las bases de este principio. La conciencia es la sola y única realidad. Somos incapaces de ver lo que no sean los contenidos de nuestra propia conciencia.
Por lo tanto, el odio nos traiciona a la hora de la victoria y nos condena a ser lo que nosotros condenamos. Toda conquista resulta ser un intercambio de características, por lo que los conquistadores se convierten en semejantes al enemigo conquistado. Odiamos a otros por el mal que está en nosotros mismos. Razas, naciones y grupos religiosos han vivido durante siglos en íntima hostilidad, y esa es la naturaleza del odio, como es la naturaleza del amor, cambiarnos a semejanza de lo que contemplamos.
Las naciones actúan hacia otras naciones como sus propios ciudadanos actúan unos hacia otros. Cuando la esclavitud existía en un estado y esa nación atacaba a otra, era con la intención de esclavizar. Cuando hay una fiera competencia económica entre ciudadano y ciudadano, entonces en la guerra con otra nación el objeto de la guerra es destruir el comercio del enemigo. Las guerras de dominación son llevadas a cabo por la voluntad de aquellos que dentro de un estado son dominantes sobre las fortunas del resto.
Nosotros irradiamos el mundo que nos rodea por la intensidad de nuestra imaginación y sentimiento. Pero en este mundo tridimensional nuestro el tiempo late lentamente. Y así no siempre observamos la relación entre el mundo visible y nuestra naturaleza interior.
Ahora eso es realmente lo que quería decir. Pensaba que lo había dicho. Eso no puede ser mal entendido, ese es mi principio. Tú y yo podemos contemplar un ideal, y convertirnos en él por enamorarnos de él.
Por otra parte podemos contemplar algo que sinceramente nos disgusta y por condenarlo nos convertiremos en ello. Pero debido a la lentitud del tiempo en este mundo tridimensional, cuando nos convertimos en lo que contemplamos nos hemos olvidado de que antes nos propusimos adorarlo o destruirlo.
La lección de esta noche es la piedra angular de la Biblia, así que prestadme atención. La pregunta más importante hecha en la Biblia se encontrará en el capítulo 16 del Evangelio de San Mateo.
Como sabéis, todas las historias de la Biblia son vuestras historias; sus personajes viven sólo en la mente del hombre. No hacen referencia alguna a ninguna persona que viviera en el tiempo y el espacio, o a ningún evento que ocurriera una vez en la tierra.
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El drama relatado en Mateo tiene lugar de esta manera, Jesús se vuelve a sus discípulos y les pregunta: “¿Quién dicen los hombres que Yo, el Hijo del Hombre, soy?” Mat. 16:13
“Y ellos dijeron: Unos dicen que eres Juan el Bautista: algunos, Elías; y otros, Jeremías o uno de los profetas.”
“Él les dijo: ¿Pero quién decís vosotros que yo soy?”
“Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.”
“Y Jesús respondió y le dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás: no por la carne ni la sangre se te reveló, sino mi Padre que está en el cielo.”
“Y yo también te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia.” Mat. 16:14-18
Jesús volviéndose a sus discípulos es el hombre dirigiéndose a su mente disciplinada en la autocontemplación. Hazte tú mismo la pregunta, “¿Quién dicen los hombres que yo soy?” En nuestro lenguaje, “Me pregunto ¿qué piensan de mí los hombres?”
Tu respuesta, “Unos dicen que Juan venido de nuevo, algunos dicen que Elías, otros dicen que Jeremías, y otros un profeta de la antigüedad venido otra vez.”
Es muy halagador que te digan que eres, o te pareces, a los grandes hombres del pasado, pero la razón iluminada no está esclavizada por la opinión pública. Está sólo preocupada por la verdad así que se hace otra pregunta, “¿Pero quién decís vosotros que yo soy?” En otras palabras, “¿Quién soy yo?”
Si soy lo suficientemente valiente para asumir que yo soy Cristo Jesús, la respuesta vendrá de nuevo, “Tú eres Cristo Jesús.”
Cuando yo puedo asumirlo y sentirlo y vivirlo valientemente, me diré a mí mismo, “La carne y la sangre no podían haberme dicho esto. Pero mi Padre que está en el Cielo me lo reveló.” Entonces yo hago de este concepto de Ser la roca sobre la que establezco mi iglesia, mi mundo.
“Si no creéis que yo soy Él, moriréis en vuestros pecados.” Juan 8:24
Porque la conciencia es la única realidad, debo asumir que yo soy ya lo que deseo ser. Si no creo que yo soy ya lo que quiero ser, entonces me quedo como soy y muero en esa limitación.
El hombre está siempre buscando algún sostén en el que apoyarse. Él siempre está buscando alguna excusa para justificar el fracaso. Esta revelación no le da al hombre excusa para el fracaso. Su concepto de sí mismo es la causa de todas las circunstancias de su vida. Todos los cambios deben venir primero de su interior; y si no cambia en el exterior es porque no ha cambiado interiormente. Pero al hombre no le gusta sentir que él es el único responsable de las condiciones de su vida.
“Desde ese momento muchos de sus discípulos volvieron atrás, y no andaron más con él.”
“Entonces dijo Jesús a los doce, ¿Queréis vosotros también iros?”
“Entonces Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes las palabras de vida eterna.” Juan 6:66-68
Puede que no me guste lo que acabo de escuchar, que debo volver a mi propia conciencia como la única realidad, la única base sobre la que todos los fenómenos pueden ser explicados. Era más fácil vivir cuando yo podía culpar a otro. Era mucho más fácil vivir cuando podía culpar a la sociedad de mis males, o señalar con el dedo a través del mar y culpar a otra nación. Era más fácil vivir cuando podía culpar al clima por la forma en que me siento.
Pero decirme que yo soy la causa de todo lo que me pasa, que estoy siempre moldeando mi mundo en armonía con mi naturaleza interna, eso es más de lo que el hombre está dispuesto a aceptar. Si esto es cierto, ¿a quién iría? Si estas son las palabras de vida eterna, debo volver a ellas, incluso aunque parezcan tan difíciles de digerir.
Cuando el hombre comprende esto completamente sabe que la opinión pública no importa, pues los hombres sólo le dicen quién es él. El comportamiento de los hombres constantemente me dice quién he concebido yo mismo que soy.
Si acepto este reto y comienzo a vivir por él, finalmente llego al punto que es llamado la gran oración de la Biblia. Se relata en el capítulo 17 del Evangelio de S. Juan: “He acabado la obra que me diste para que hiciese.” Juan 17:4
“Y ahora, oh Padre, glorifícame tú contigo mismo, con aquella gloria que tuve contigo antes de que el mundo fuese.” Juan 17:5
“Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre: los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición.” Juan 17:12
Es imposible que nada se pierda. En esta economía divina nada se puede perder, ni siquiera puede pasar. La pequeña flor que ha florecido una vez, florece para siempre. Es invisible para tí aquí con tu enfoque limitado, pero florece para siempre en la dimensión más grande de tu ser, y mañana la encontrarás.
Todos los que me diste yo los he guardado en tu nombre, y no he perdido a ninguno salvo al hijo de perdición. El hijo de perdición significa simplemente la creencia en la pérdida. Hijo es un concepto, una idea. Perdición es la pérdida. Sólo he perdido verdaderamente el concepto de pérdida, pues nada se puede perder.
Puedo descender desde la esfera en que la cosa misma vive ahora, y cuando desciendo en conciencia a un nivel inferior dentro de mí pasa de mi mundo. Yo digo, “He perdido mi salud. He perdido mi fortuna. He perdido mi nivel en la comunidad. He perdido la fe. He perdido mil cosas.” Pero las cosas en sí mismas, habiendo sido reales una vez en mi mundo, nunca pueden dejar de ser. Ellas nunca se vuelven irreales con el paso del tiempo.
Yo, por descender en conciencia a un nivel inferior, provoco que estas cosas desaparezcan de mi vista y digo: “Se han ido; se han acabado en lo que a mi mundo se refiere.” Todo lo que necesito hacer es ascender al nivel donde son eternas, y una vez más se objetivan y aparecen como realidades dentro de mi mundo.
El quid de todo el capítulo 17 del Evangelio de S. Juan se encuentra en el versículo 19, “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos puedan ser santificados a través de la verdad.”
Hasta ahora pensaba que podía cambiar a los demás a través del esfuerzo. Ahora sé que no puedo cambiar a otro a menos que primero cambie yo mismo. Para cambiar a otro dentro de mi mundo, primero debo cambiar mi concepto de ese otro; y para hacerlo mejor cambio mi concepto de mí mismo. Porque era el concepto que yo tenía de mí mismo el que me hacía ver a los otros como lo hacía.
Si yo hubiera tenido un concepto noble, digno de mí mismo, yo nunca podría haber visto lo desagradable en los demás.
En lugar de tratar de cambiar a los demás a través de la pelea y la fuerza, que ascienda yo en conciencia a un nivel superior y automáticamente cambiaré a los demás cambiándome a mí mismo. No hay nadie a quien cambiar sino a uno mismo; ese uno mismo es simplemente tu conciencia; tu conciencia y el mundo en el que vive están determinados por el concepto que tienes de tí mismo. Es a la conciencia a la que debemos volvernos como la única realidad. Porque no hay un concepto claro del origen de los fenómenos, excepto que la conciencia es todo y todo es conciencia.
No necesitas ayuda para lograr lo que buscas. Ni por un segundo creas que yo estoy defendiendo escapar de la realidad cuando te pido que simplemente asumas que eres ahora el hombre o la mujer que deseas ser.
Si tú y yo pudiéramos sentir lo que sería si fuéramos ahora lo que queremos ser, y vivir en esta atmósfera mental como si fuera real, entonces, de una manera que no conocemos, nuestra asunción se materializaría en hecho. Esto es todo lo que necesitamos hacer para ascender al nivel donde nuestra asunción es ya una realidad objetiva concreta.
No necesito cambiar a nadie, me santifico a mí mismo y al hacerlo santifico a los demás. Para el puro todas las cosas son puras. “No hay nada inmundo en sí mismo: sino para el que todo lo juzga inmundo, para él es inmundo.” Rom. 14:14. No hay nada impuro en sí mismo, sino que tú, por tu concepto de tí mismo, ves las cosas limpias o sucias.
“Yo y mi Padre somos uno.” Juan 10:30
“Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis.”
“Pero si lo hago, aunque no me creáis a mí, creed en las obras: para que podáis saber, y creer, que el Padre está en mí, y yo en él.” Juan 10:37, 38
Él se hace uno con Dios y pensándolo no es extraño o robo hacer las obras de Dios. Tú siempre das fruto en armonía con lo que eres. Es lo más natural del mundo para un peral dar peras, para un manzano dar manzanas, y para el hombre moldear las circunstancias de su vida en armonía con su naturaleza interna.
“Yo soy la vid, vosotros sois las ramas.” Juan 15:5. Una rama no tiene vida a menos que esté arraigada en la vid. Todo lo que necesito hacer para cambiar el fruto es cambiar la vid.
Tú no tienes vida en mi mundo salvo que yo sea consciente de tí. Tú estás arraigado en mí y, como el fruto, das testimonio de la vid que yo soy. No hay otra realidad en el mundo que tu conciencia. A pesar de que ahora puede parecer que eres lo que no quieres ser, todo lo que necesitas hacer para cambiarlo, y para demostrar el cambio por las circunstancias en tu mundo, es asumir tranquilamente que eres lo que ahora quieres ser, y de una manera que no conoces llegarás a serlo.
No hay otra manera de cambiar este mundo. “Yo soy el camino.” Mi YOSOYdad, mi conciencia, es el camino por el cual cambio mi mundo. Cuando cambio mi concepto de mí mismo, cambio mi mundo. Cuando los hombres y mujeres nos ayudan o entorpecen, ellos sólo juegan el papel que nosotros, por nuestro concepto de nosotros mismos, escribimos para ellos, y ellos lo desempeñan automáticamente. Ellos deben jugar los papeles que están jugando porque nosotros somos lo que somos.
Cambiarás el mundo sólo cuando te conviertas en la encarnación de lo que tú quieres que el mundo sea. No tienes más que un regalo en este mundo que sea verdaderamente tuyo para dar y eres tú mismo. A menos que tú mismo seas lo que deseas que el mundo sea, nunca lo verás en este mundo. “Excepto si creéis que yo soy él, moriréis en vuestros pecados.” Juan 8:24
¿Sabes que no hay dos en esta habitación que vivan en el mismo mundo? Vamos a casa esta noche a mundos diferentes. Cerramos nuestras puertas en mundos completamente diferentes. Nos levantamos mañana y vamos a trabajar, donde nos encontramos con otros y conocemos a otros, pero vivimos en diferentes mundos mentales, diferentes mundos físicos.
Sólo puedo dar lo que yo soy, no tengo otro regalo para dar. Si quiero que el mundo sea perfecto, y quién no, he fallado sólo porque no sabía que no podía verlo nunca perfecto hasta que yo mismo llegue a ser perfecto. Si yo no soy perfecto no puedo ver la perfección, pero el día que yo llegue a serlo, embelleceré mi mundo porque lo veo a través de mis propios ojos.
“Para los puros todas las cosas son puras.” Tito 1:15
No hay dos aquí que me puedan decir que han escuchado el mismo mensaje una noche. Lo único que debes hacer es escuchar lo que digo a través de lo que eres. Debe ser filtrado a través de tus prejuicios, tus supersticiones y tu concepto de tí mismo. Lo que quiera que seas, debe venir a través de eso, y ser coloreado por lo que tú eres.
Si estás molesto y te gustaría que yo fuera algo distinto de lo que parezco ser, entonces tú debes ser lo que quieres que yo sea. Debemos convertirnos en lo que queremos que los demás sean o nunca los veremos ser eso.
Tu conciencia, mi conciencia, es el único fundamento verdadero en el mundo.
Esto es lo que es llamado Pedro en la Biblia, no un hombre, esta fidelidad que no puede volverse a nadie, que no puede ser halagada cuando se te dijo por los hombres que eres Juan venido de nuevo. Eso es muy halagador, que se te diga que eres Juan el Bautista venido de nuevo, o el gran profeta Elías o Jeremías.
Entonces cierro mis oídos a este muy halagador poco de noticias que los hombres me podrían dar y me pregunto, “¿Pero honestamente quién soy yo?”
Si puedo negar las limitaciones de mi nacimiento, mi entorno, y la creencia de que no soy más que una extensión de mi árbol genealógico, y sentir dentro de mí que yo soy Cristo, y sostener esta asunción hasta que tome un lugar central y forme el centro habitual de mi energía, haré las obras atribuidas a Jesús. Sin pensamiento o esfuerzo moldearé un mundo en armonía con esa perfección que he asumido y siento surgir dentro de mí.
Cuando abro los ojos del ciego, destapo los oídos del sordo, doy alegría por luto y belleza por cenizas, entonces y sólo entonces, he establecido verdaderamente esta vid profundamente dentro. Eso es lo que automáticamente haría si yo fuera realmente consciente de ser Cristo. Se dijo de esta presencia que Él demostró que era Cristo por sus obras.
Nuestras ordinarias alteraciones de conciencia, cuando pasamos de un estado a otro, no son transformaciones, porque cada una de ellas es tan rápidamente reemplazada por otra en la dirección contraria; pero cada vez que nuestra asunción se hace tan estable como para expulsar definitivamente a sus rivales, entonces ese concepto habitual central define nuestro carácter y es una verdadera transformación.
Jesús, o la razón iluminada, no vio nada impuro en la mujer sorprendida en adulterio. Él le dijo: “¿Ninguno te ha condenado?” Juan 8:10
“Ella dijo: Ninguno, Señor. Y Jesús le dijo, tampoco yo te condeno; vete, y no peques más.” Juan 8:11
No importa lo que sea llevado ante la presencia de la belleza, sólo ve belleza. Jesús estaba tan completamente identificado con lo hermoso que era incapaz de ver lo desagradable.
Cuando tú y yo realmente nos hacemos conscientes de ser Cristo, también nosotros enderezaremos los brazos de los atrofiados y resucitaremos las esperanzas muertas de los hombres. Haremos todas las cosas que no podíamos hacer cuando nos sentimos limitados por nuestro árbol genealógico. Es un paso audaz y no debe tomarse a la ligera, porque hacerlo es morir. Juan, el hombre de tres dimensiones es decapitado, o pierde su enfoque tridimensional, que Jesús, el Yo cuatridimensional, puede vivir.
Cualquier ampliación de nuestro concepto de Ser implica una ruptura un tanto dolorosa con las concepciones hereditarias fuertemente enraizadas. Las ataduras que nos mantienen en el seno de las limitaciones convencionales son fuertes. Todo lo que anteriormente creías ya no lo crees. Tú sabes ahora que no hay poder fuera de tu propia conciencia. Por lo tanto no puedes volverte a nadie fuera de tí mismo.
No tienes oídos para la sugerencia de que algo más tiene poder en ello. Tú sabes que la única realidad es Dios, y Dios es tu propia conciencia. No hay otro Dios. Por lo tanto sobre esta piedra tú construyes la iglesia eterna y audazmente asumes que eres este Ser Divino, auto-engendrado ya que te atreviste a apropiarte de lo que no te fue dado en tu cuna, un concepto de Ser no formado en el vientre de tu madre, un concepto de ser concebido fuera de las atribuciones del hombre.
La historia nos es contada bellamente en la Biblia utilizando a los dos hijos de Abraham: uno el bendecido, Isaac, nacido fuera de las atribuciones del hombre y el otro, Ismael, nacido en cautividad.
Sara era demasiado vieja para engendrar un hijo, por lo que su esposo Abraham entró en Agar la sierva, la peregrina, y ella concibió del anciano y le dio un hijo llamado Ismael. La mano de Ismael estaba contra todo hombre y la mano de todo hombre contra él.
Todo niño nacido de mujer nace en cautividad, nacido en todo lo que su entorno representa, con independencia de si es el trono de Inglaterra, la Casa Blanca o cualquier otro gran lugar en el mundo. Todo niño nacido de mujer es personificado como este Ismael, el hijo de Agar.
Pero dormido en todos los niños está el bendecido Isaac, que ha nacido fuera de las capacidades del hombre y, ha nacido a través de la fe, solo. Este segundo hijo no tiene padre terrenal. Es auto-engendrado.
¿Qué es el segundo nacimiento? Me encuentro hombre, no puedo volver al vientre de mi madre, y sin embargo debo nacer una segunda vez. “Excepto que un hombre nazca de nuevo no puede entrar en el reino de Dios.” Juan 3:3
Yo tranquilamente me apropio de eso que ningún hombre me puede dar, que ninguna mujer me puede dar. Me atrevo a asumir que yo soy Dios. Esto debe ser de fe, esto debe ser de promesa. Entonces me convierto en el bendecido, me convierto en Isaac.
Cuando empiezo a hacer las cosas que sólo esta presencia podría hacer, sé que he nacido fuera de las limitaciones de Ismael, y me he convertido en heredero del reino. Ismael no pudo heredar nada, aunque su padre era Abraham, o Dios. Ismael no tenía a ambos padres del piadoso; su madre era Agar la sierva, y así no podía participar del patrimonio de su padre.
Tú eres Abraham y Sara, y contenido dentro de tu propia conciencia hay uno esperando reconocimiento. En el Antiguo Testamento es llamado Isaac, y en el Nuevo Testamento es llamado Jesús, y ha nacido sin la ayuda del hombre.
Ningún hombre puede decirte que tú eres Cristo Jesús, ningún hombre puede decirte y convencerte de que tú eres Dios. Tú debes jugar con la idea y preguntarte cómo sería ser Dios.
Ningún claro concepto del origen de los fenómenos es posible salvo que la conciencia es todo y todo es conciencia. Nada puede evolucionar del hombre que no estuviera implicado potencialmente en su naturaleza. El ideal que servimos y esperamos alcanzar nunca podría evolucionar de nosotros si no estuviera potencialmente implicado en nuestra naturaleza.
Permitidme ahora volver a contar y enfatizar una experiencia mía impresa por mí hace dos años bajo el título LA BÚSQUEDA. Creo que os ayudará a entender esta ley de la conciencia, y os mostrará que no tenéis que cambiar a nadie sino a vosotros mismos, pues sois incapaces de ver más que los contenidos de vuestra propia conciencia.
Una vez en un intervalo ocioso en el mar, yo meditaba sobre “el estado perfecto”, y me pregunté qué sería si yo fuera de ojos demasiado puros para contemplar la iniquidad, si para mí todo fuera puro y yo no condenara. Mientras me perdía en esta exaltada rumiación, me encontré levantado por encima del ambiente oscuro de los sentidos. Tan intensa fue la sensación que me sentí un ser de fuego habitando en un cuerpo de aire. Voces, como de un coro celestial, con la exaltación de los que habían sido vencedores en un conflicto con la muerte, estaban cantando: “Él ha ascendido, ha ascendido”, e intuitivamente sabía qué me querían decir.
Entonces me parecía estar caminando en la noche. Pronto me encontré con una escena que podría haber sido el antiguo estanque de Bethesda, pues en este lugar había una gran multitud de gente inválida – ciegos, paralíticos, atrofiados – esperaban no el movimiento del agua como en la tradición, sino que me esperaban a mí.
A medida que me acercaba, sin pensamiento o esfuerzo por mi parte, fueron uno tras otro como moldeados por el Mago de lo Bello. Ojos, manos, pies – todos los miembros que faltaban – eran sacados de algún reservorio invisible y moldeados en armonía con esa perfección que sentía surgiendo dentro de mí. Cuando todos fueron perfeccionados el coro se regocijó, “Se ha cumplido.”
Sé que esta visión fue el resultado de mi intensa meditación sobre la idea de perfección, pues mis meditaciones invariablemente lograban una unión con el estado contemplado. Yo había estado tan completamente absorto dentro de la idea de que por un tiempo me había convertido en lo que contemplaba, y el elevado propósito con el que me había identificado por ese momento señaló la compañía de cosas elevadas y formó la visión en armonía con mi naturaleza interior.
El ideal con el que estamos unidos funciona por asociación de ideas para despertar un millar de estados de ánimo para crear un drama de acuerdo con la idea central.
Mis experiencias místicas me han convencido de que no hay otra manera de lograr la perfección que buscamos que por la transformación de nosotros mismos. Tan pronto como consigamos transformarnos a nosotros mismos, el mundo se fundirá mágicamente ante nuestros ojos y se reconfigurará en armonía con lo que nuestra transformación afirme.
Nosotros damos forma al mundo que nos rodea por la intensidad de nuestra imaginación y nuestro sentimiento, e iluminamos u oscurecemos nuestras vidas por los conceptos que mantenemos de nosotros mismos. Nada es más importante para nosotros que nuestro concepto de nosotros mismos, y especialmente es cierto de nuestro concepto del profundo, dimensionalmente más grande, Uno dentro de nosotros.
Aquellos que nos ayudan o dificultan, lo sepan o no, son los sirvientes de esa ley que configura las circunstancias externas en armonía con nuestra naturaleza interna. Es nuestro concepto de nosotros mismos el que nos libera o nos constriñe, aunque puede utilizar agentes materiales para lograr su propósito.
Como la vida moldea el mundo externo para reflejar la disposición interna de nuestras mentes, no hay otra forma de lograr la perfección externa que buscamos que por la transformación de nosotros mismos. Ninguna ayuda viene de fuera: las colinas a las que elevamos nuestros ojos son las de rango interior.
Es por tanto a nuestra propia conciencia a la que debemos volvernos como la única realidad, la única base sobre la que todos los fenómenos pueden ser explicados. Podemos confiar absolutamente en la justicia de esta ley que nos da sólo lo que es de nuestra propia naturaleza.
Intentar cambiar el mundo antes de cambiar nuestro concepto de nosotros mismos es luchar contra la naturaleza de las cosas. No puede haber ningún cambio externo hasta que haya primero un cambio interno.
Como es dentro, así es afuera.
No estoy abogando por la indiferencia filosófica cuando sugiero que deberíamos imaginarnos a nosotros mismos ya como lo que queremos ser, viviendo en una atmósfera mental de grandeza, en lugar de utilizar medios físicos y argumentos para lograr los cambios deseados.
Todo lo que hacemos, no acompañado por un cambio de conciencia, no es sino inútil reajuste de superficies. Por más que nos afanemos o luchemos, no podemos recibir más que nuestros conceptos de auto-afirmación. Protestar contra todo lo que nos sucede es protestar contra la ley de nuestro ser y nuestra soberanía sobre nuestro propio destino.
Las circunstancias de mi vida están demasiado estrechamente relacionadas con mi concepto de mí mismo como para no haber sido formadas por mi propio espíritu de algún almacén dimensionalmente más grande de mi ser. Si hay dolor para mí en estos acontecimientos, debería buscar dentro de mí la causa, pues yo soy movido aquí y allá y hecho para vivir en un mundo en armonía con mi concepto de mí mismo.
Si llegáramos a ser tan emocionalmente despiertos sobre nuestras ideas como sobre nuestros disgustos, ascenderíamos al plano de nuestro ideal tan fácilmente como ahora descendemos al nivel de nuestros odios.
El amor y el odio tienen un poder mágico de transformación, y nos hacemos a través de su ejercicio a semejanza de lo que contemplamos. Por la intensidad de odio creamos en nosotros mismos el carácter que imaginamos en nuestros enemigos. Las cualidades mueren por falta de atención, así los estados desagradables podrían ser mejor borrados imaginando “belleza por cenizas y alegría por luto” en lugar que por ataques directos sobre el estado del que queremos liberarnos.
“Cualquier cosa que sea amable y de buena relación, piensa en esas cosas”, pues nos convertimos en aquello con lo que estamos en relación.
No hay nada que cambiar sino nuestro concepto de nosotros mismos. Tan pronto como consigamos transformarnos a nosotros mismos, nuestro mundo se disolverá y se reconfigurará en armonía con lo que nuestro cambio afirma.
Yo, por descender de conciencia, he dado lugar a la imperfección que veo. En la economía divina nada se pierde. No podemos perder nada salvo descendiendo de conciencia desde la esfera donde la cosa tiene su vida natural.
“Y ahora, oh Padre, glorifícame tú contigo mismo con aquella gloria que tuve contigo antes de que el mundo fuese.” Juan 17:5
Cuando asciendo de conciencia el poder y la gloria que eran míos vuelven a mí y yo también diré, “he acabado el trabajo que me diste para que hiciese.” El trabajo es volver de mi descenso de conciencia, desde el nivel en donde yo creía que era un hijo del hombre, a la esfera donde sé que soy uno con mi Padre y mi Padre es Dios.
Sé, más allá de toda duda, que no hay nada que el hombre tenga que hacer sino cambiar su propio concepto de sí mismo para asumir la grandeza y sostener esta asunción. Si caminamos como si fuéramos ya el ideal al que servimos, nos elevaremos al nivel de nuestra asunción, y encontraremos un mundo en armonía con nuestra asunción. No tenemos que mover un dedo para que así sea, pues ya es así. Siempre fue así.
Tú y yo hemos descendido de conciencia al nivel donde ahora nos encontramos y vemos imperfección porque ¡nosotros hemos descendido! Cuando comenzamos a ascender mientras estamos aquí en este mundo tridimensional, descubrimos que nos movemos en un entorno completamente diferente, tenemos círculos de amigos completamente diferentes y un mundo completamente diferente mientras aún vivimos aquí. Conocemos el gran misterio de la afirmación, “estoy en el mundo, pero no soy de él.”
En lugar de cambiar las cosas yo os sugeriría a todos identificaros con el ideal que contempláis. ¿Cuál sería la sensación si tuvieras ojos demasiado puros para contemplar la iniquidad, si para tí todas las cosas fueran puras y no condenaras? Contempla el estado ideal e identifícate con él y ascenderás a la esfera donde tú como Cristo tienes tu vida natural.
Estás todavía en ese estado donde estabas antes de que el mundo fuera. Lo único que ha caído es tu concepto de tí mismo. Ve que las partes rotas realmente no están rotas. Estás viéndolas a través de ojos distorsionados, como si estuvieras en una de esas peculiares galerías de atracciones donde un hombre camina ante un espejo y es alargado, sin embargo es el mismo hombre. O se mira en otro espejo y es todo grande y gordo. Estas cosas se ven hoy porque el hombre es lo que es.
Juega con la idea de la perfección. No le pidas a nadie que te ayude, sino que la oración del capítulo 17 del Evangelio de S. Juan sea tu oración. Aprópiate del estado que era tuyo antes de que el mundo fuese.
Conoce la verdad de la afirmación: “Ninguno he perdido salvo al hijo de perdición.” Nada se pierde en toda mi montaña sagrada. Lo único que pierdes es la creencia en la pérdida o al hijo de perdición.
“Y por ellos me santifico, para que también ellos sean santificados a través de la verdad.” Juan 17:19
No hay nadie a quien cambiar sino a uno mismo. Todo lo que necesitas hacer para que los hombres y mujeres se hagan santos en este mundo es hacerte tú mismo santo. Tú eres incapaz de ver nada que sea desagradable cuando estableces dentro del ojo de tu propia mente el hecho de que tú eres agradable.
Es mucho mejor saber esto que saber cualquier otra cosa en el mundo. Requiere valor, valor ilimitado, porque muchos esta noche, después de haber oído esta verdad, todavía estarán inclinados a culpar a otros de su situación. Al hombre le resulta tan difícil volverse a sí mismo, a su propia conciencia como la única realidad. Escucha estas palabras:
“Ningún hombre puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere.” Juan 6:44
“Yo y mi Padre somos uno.” Juan 10:30
“Un hombre no puede recibir nada, excepto que le fuere dado del cielo.” Juan 3:27
“Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para volverla a tomar.”
“Nadie me la quita, sino que yo mismo la entrego.” Juan 10:17,18
“No me elegisteis a mí, yo os he elegido.” Mi concepto de mí mismo moldea un mundo en armonía consigo mismo y lleva a los hombres a decirme constantemente por su comportamiento quién soy yo.
Lo más importante en este mundo para tí es tu concepto de tí mismo. Cuando no te gusta tu entorno, las circunstancias de la vida y el comportamiento de los hombres, pregúntate, “¿Quién soy yo?” Tu respuesta a esta pregunta es la causa de tus disgustos.
Si no te condenas a tí mismo no habrá nadie en tu mundo para condenarte. Si estás viviendo en la conciencia de tu ideal no verás nada que condenar. “Para el puro todas las cosas son puras.”
Ahora me gustaría dedicar un poco de tiempo a aclarar en lo que pueda lo que yo personalmente hago cuando oro, lo que hago cuando quiero lograr cambios en mi mundo. Lo encontrarás interesante y descubrirás que funciona. Nadie aquí puede decirme que ellos no pueden hacerlo. Es verdaderamente tan simple que todos lo pueden hacer. Somos lo que imaginamos que somos.
Esta técnica no es difícil de seguir, pero debes querer hacerla. No puedes abordarla con la actitud mental de “Oh, bueno, lo intentaré.” Debes querer hacerlo, porque el resorte principal de la acción es el deseo.
El deseo es el resorte principal de toda acción. Ahora ¿qué quiero? Tengo que definir mi objetivo. Por ejemplo, supongamos que yo quisiera ahora estar en otra parte. En este mismo momento yo realmente deseo estar en otra parte. No hace falta cruzar la puerta, no necesito sentarme. No necesito hacer nada sino estar justo donde estoy y con los ojos cerrados asumir que en realidad estoy donde deseo estar. Entonces permanezco en ese estado hasta que tenga la sensación de realidad. Si yo ahora estuviera en otro lugar no podría ver el mundo como lo veo ahora desde aquí. El mundo cambia en su relación conmigo cuando yo cambio mi posición en el espacio.
Así que estoy aquí mismo, cierro los ojos e imagino que estoy viendo lo que vería si yo estuviera allí. Sigo en ello el tiempo suficiente para sentir que es real. No puedo tocar las paredes de esta habitación desde aquí, pero cuando cierras los ojos y te quedas quieto puedes imaginar y sentir que las tocas. Tú puedes estar donde estás e imaginarte que estás poniendo tu mano en esa pared. Para probar que realmente lo estás, ponla ahí y deslízala hacia arriba y siente la madera. Puedes imaginar que estás haciéndolo sin dejar tu asiento. Puedes hacerlo y realmente lo sentirás si te quedas suficientemente quieto y es suficientemente intenso.
Yo estoy donde estoy y permito al mundo que quiero ver y penetrar físicamente venir ante mí como si yo estuviera ahí ahora. En otras palabras, traigo ese otro lugar aquí asumiendo que estoy ahí.
¿Está claro? Lo dejo venir, no lo hago venir. Simplemente me imagino que estoy allí y entonces dejo que suceda.
Si quiero una presencia física, me imagino que está aquí, y le toco. A todo lo largo de la Biblia encuentro estas sugestiones, “Él colocó sus manos sobre ellos. Él les tocó.”
Si quieres aliviar a alguien, ¿cuál es el sentimiento automático? Poner la mano sobre él, no puedes evitarlo. Te encuentras con un amigo y la mano se va automáticamente, le das la mano o le pones la mano sobre el hombro.
Supongamos que ahora te encontraras a un amigo que no has visto durante un año y es un amigo que aprecias mucho. ¿Qué harías? Lo abrazarías, ¿no? O pondrías tu mano sobre él.
En tu imaginación tráele lo suficientemente cerca para poner tu mano sobre él y sentir que es sólidamente real. Restringe la acción sólo a eso. Te sorprenderá lo que sucede. A partir de entonces las cosas empiezan a moverse. Tu ser dimensionalmente más grande inspirará, en todos, las ideas y acciones necesarias para ponerte en contacto físico. Funciona de esa manera.
Todos los días me pongo en el estado de somnolencia; es una cosa muy fácil de hacer. Pero el hábito es una cosa extraña en el mundo del hombre. No es una ley, pero el hábito actúa como si fuera la ley más irresistible del mundo. Somos criaturas de hábito.
Si creas un intervalo cada día en el que te pones en el estado de somnolencia, por ejemplo a las 3 de la tarde, sabes que en ese momento todos los días te sentirás somnoliento. Inténtalo durante una semana y ve si no estoy en lo cierto.
Te sientas con el fin de crear un estado próximo al sueño, como si estuvieras adormecido, pero no lleves la somnolencia demasiado lejos, sólo lo suficiente para relajarte y dejarte el control de la dirección de tus pensamientos. Inténtalo durante una semana, y cada día a esa hora, no importa lo que estés haciendo, difícilmente serás capaz de mantener los ojos abiertos. Si sabes la hora en que estarás libre puedes crearlo. Yo no te sugeriría que lo hagas a la ligera, ya que te sentirás muy, muy somnoliento y puedes no querer.
Tengo otra manera de orar. En este caso siempre me siento y me pongo en el sillón más cómodo imaginable, o me acuesto de espaldas y me relajo completamente. Ponte cómodo. No debes estar en cualquier posición en que el cuerpo esté incómodo. Ponte siempre en una posición donde tengas la mayor comodidad. Esta es la primera etapa.
Saber lo que quieres es el inicio de la oración. En segundo lugar construye en el ojo de tu mente un solo evento pequeño que implique que has realizado tu deseo. Siempre dejo a mi mente vagar sobre muchas cosas que podrían seguir a la oración contestada y aíslo una que es la que más probablemente siga al cumplimiento de mi deseo. Una pequeña cosa simple, algo así como estrechar una mano, abrazar a una persona, la recepción de una carta, la escritura de un cheque, o lo que sea que pueda implicar el cumplimiento de tu deseo.
Después de haber decidido sobre la acción que implica que tu deseo se ha realizado, siéntate en tu silla cómoda o acuéstate boca arriba, cierra los ojos, por la sencilla razón de que ayuda a inducir ese estado que bordea el sueño.
En el momento que sientas ese agradable estado somnoliento, o el sentimiento de unidad recogida, donde sientes: me podría mover si quisiera, pero no quiero, podría abrir los ojos si quisiera, pero no quiero. Cuando tengas esa sensación puedes estar bastante seguro de que estás en el perfecto estado para orar con éxito.
En esta sensación es fácil tocar cualquier cosa en este mundo. Toma la simple pequeña acción restringida que implique el cumplimiento de tu oración y siéntela o represéntala. Sea lo que sea, entra en la acción como si fueras un actor en el papel. No te sientes detrás y te visualices haciéndolo. Házlo.
Con el cuerpo inmovilizado imagina que el tú más grande dentro de tu cuerpo físico está saliendo de él y que tú estás realmente realizando la acción propuesta. Si vas a caminar, imagina que estás caminando. No te veas caminar, SIENTE que estás caminando.
Si vas a subir escaleras, SIENTE que estás subiendo las escaleras. No te visualices a tí mismo haciéndolo, siéntete haciéndolo. Si vas a estrechar la mano de un hombre, no te visualices estrechándole la mano, imagina a tu amigo de pie delante tuyo y dale la mano. Pero deja tus manos físicas inmovilizadas e imagina que tu mano más grande, que es tu mano imaginaria, está en realidad estrechándole la mano.
Todo lo que necesitas hacer es imaginar que lo estás haciendo. Tú estás estirado en el tiempo, y lo que estás haciendo, que parece ser un sueño diurno controlado, es un acto efectivo en la dimensión más grande de tu ser. Estás efectivamente encontrando un evento cuatridimensionalmente antes de que lo encuentres aquí en las tres dimensiones del espacio, y tú no tienes que levantar un dedo para hacer que ese estado se de.
Mi tercera manera de orar es simplemente sentirte agradecido. Si quiero algo, ya sea para mí o para otro, inmovilizo el cuerpo físico, entonces produzco el estado próximo al sueño y en ese estado sólo me siento feliz, me siento agradecido; agradecimiento que implica la realización de lo que quiero. Asumo la sensación del deseo cumplido y con la mente dominada por esa única sensación me voy a dormir. No tengo que hacer nada para que así sea, porque es así. Mi sensación del deseo cumplido implica que está hecho.
Todas estas técnicas puedes utilizarlas y modificarlas para adaptarlas a tu temperamento. Pero debo hacer hincapié en la necesidad de inducir el estado de somnolencia en que puedas llegar a estar atento sin esfuerzo.
Una sensación única domina la mente si oras con éxito.
¿Qué sentiría, ahora, si yo fuera lo que quiero ser? Cuando yo sé cómo sería la sensación entonces cierro los ojos y me pierdo en esa sensación única, y mi Yo dimensionalmente más grande entonces construye un puente de incidencia que me lleva de este momento presente al logro de mi estado de ánimo. Eso es todo lo que necesitas hacer. Pero la gente tiene la costumbre de menospreciar la importancia de las cosas simples.
Somos criaturas de hábito y estamos lentamente aprendiendo a renunciar a nuestros conceptos previos, pero las cosas por las que antes vivíamos todavía de alguna manera influyen nuestro comportamiento. He aquí una historia de la Biblia que ilustra mi punto.
Está recogido que Jesús dijo a sus discípulos que fueran al cruce y allí encontrarían un potro, un potro joven aún no montado por un hombre. Traerle el potro y si alguien pregunta, “¿Por qué tomas este potro?” decirle: “El Señor lo necesita.”
Fueron al cruce y hallaron el potro e hicieron exactamente como se les dijo. Ellos trajeron el burro desbridado a Jesús y Él lo montó triunfalmente en Jerusalén.
La historia no tiene nada que ver con un hombre montado en un pequeño pollino. Tú eres el Jesús de la historia. El potro es el estado de ánimo que vas a asumir. Ese es el animal vivo no montado aún por tí. ¿Cuál sería la sensación si realizaras tu deseo? Una nueva sensación, como un joven potro, es una cosa muy difícil de montar a menos que lo montes con una mente disciplinada. Si no me mantengo fiel al estado de ánimo el joven potro me tirará. Cada vez que te vuelves consciente de que no eres fiel a este estado de ánimo, has sido tirado del potro.
Disciplina tu mente para que puedas permanecer fiel a un alto estado de ánimo y móntalo triunfalmente en Jerusalén, que es el cumplimiento, o la ciudad de la paz.
Esta historia precede la fiesta de la Pascua (Paso). Si queremos pasar de nuestro estado presente al de nuestro ideal, debemos asumir que somos ya lo que queremos ser y seguir fieles a nuestra asunción, pues debemos mantener un alto estado de ánimo si queremos caminar con lo más alto.
Una actitud mental fija, una sensación de que eso está hecho, lo hará así. Si camino como si lo fuera, pero de vez en cuando miro a ver si realmente es así, entonces me caigo de mi estado de ánimo o del burro.
Si yo suspendiera el juicio como Pedro, podría caminar sobre el agua. Pedro empieza a caminar sobre el agua, y entonces comienza a mirar a su propio entendimiento y empieza a hundirse. La voz dijo: “Mira arriba, Pedro.” Pedro mira arriba y se levanta otra vez y sigue caminando sobre el agua.
En lugar de mirar hacia abajo para ver si esto realmente va a materializarse en hecho, simplemente sabe que ya es así, sostén ese estado de ánimo y montarás el potro desbridado en la ciudad de Jerusalén. Todos nosotros debemos aprender a montar el animal directo a Jerusalén sin ayuda de ningún hombre. No necesitas a otro para ayudarte.
Lo extraño es que cuando mantenemos el ánimo alto y no caemos, otros amortiguan los golpes. Extienden las hojas de palma delante de mí para amortiguar mi viaje. No tengo que preocuparme. Los choques serán suavizados mientras me mueva al cumplimiento de mi deseo. Mi elevado estado de ánimo despierta en los demás las ideas y acciones que tienden hacia la encarnación de mi estado de ánimo. Si caminas fiel a un elevado estado de ánimo, no habrá oposición y tampoco competencia.
La prueba de un maestro o una enseñanza es estar basada en la fidelidad de lo enseñado. Me voy de aquí el domingo por la noche. Mantente fiel a esta instrucción. Si buscas causas fuera de la conciencia del hombre, entonces no te he convencido de la realidad de la conciencia.
Si buscas excusas para el fracaso siempre las encontrarás, pues encuentras lo que buscas. Si buscas una excusa para el fracaso, la encontrarás en las estrellas, en los números, en la taza de té o en cualquier otro lugar más. La excusa no estará ahí, pero tú la encontrarás para justificar tu fracaso.
Los hombres y las mujeres de negocios y profesionales exitosos saben que esta ley funciona. No lo descubrirás en grupos de chismes, pero lo descubrirás en corazones valientes.
El eterno viaje del hombre es por un propósito: revelar al Padre. Él viene a hacer visible a su Padre. Y su Padre se hace visible en todas las cosas bellas de este mundo. Todas las cosas que son amables, que son de buena relación, monta en estas cosas, y no tengas tiempo para lo desagradable en este mundo, independientemente de lo que sea.
Permaneced fieles al conocimiento de que vuestra conciencia, vuestra YO SOYdad, vuestra conciencia de ser conscientes de la única realidad, es la roca sobre la que todos los fenómenos pueden ser explicados. No hay explicación fuera de eso. No sé de ninguna concepción clara del origen de los fenómenos salvo que la conciencia es todo y todo es conciencia.
Lo que buscas está ya alojado dentro de tí. Si no estuviera ahora dentro de tí la eternidad no podría desarrollarlo. Ningún estiramiento del tiempo sería lo suficientemente largo para evolucionar lo que no está potencialmente incluído en tí.
Tú simplemente déjalo ser asumiendo que ya es visible en tu mundo, y permanece fiel a tu asunción. Se materializará en hecho. Tu Padre tiene innumerables modos de revelar tu asunción. Fija esto en tu mente y recuerda siempre, “Una asunción, aunque falsa, si es mantenida se materializará en hecho”.
Tú y tu Padre sois uno y tu Padre es todo lo que fue, es y será. Por lo tanto lo que buscas ya lo eres, no puede nunca estar tanto lejos como tampoco cerca, pues la cercanía implica separación.
El gran Pascal dijo, “Tú nunca me habrías buscado si no me hubieras ya encontrado.” Lo que ahora deseas ya lo tienes y lo buscas sólo porque ya lo has encontrado. Tú lo encuentras en forma de deseo. Es igual de real en forma de deseo como lo va a ser para tus órganos corporales.
Eres ya eso que buscas y no tienes que cambiar a nadie sino a tí mismo a fin de expresarlo.
LESSON 4 – NO ONE TO CHANGE BUT SELF (Neville Goddard 1948)